JOAQUÍN ROMERO MURUBE
-qaṣīdah-
CASIDA DEL REY
ALMOTAMID
POR barrios, torres,
murallas…
Por los huertos, por
el río…
¡Estoy cansado de
luces!
¡Ebrio, sin haber
bebido!
Hay una calle de
angustias
que es mi forzado
camino.
Hay una rara armonía
entre el cielo y mis
sentidos.
Hay una mujer-¡engaños!-
en mi impecable
delirio.
En los jardines, la
sombra
condensa un tibio
latido
de amor entre flor y
nube
con soledades de
trino.
¿Qué es la soledad?
Tristeza
del mundo inmutable,
fijo,
hermoso ante nuestros
ojos
y ajeno a nuestros
suspiros.
¿Por qué este sol de
verano,
cálido de paraísos,
no se torna oro en mi
sangre,
no me enciende en
beso, en grito?
Yo presiento el alma,
el roce
del instante
fugitivo,
y en su delicia se
hunde
mi corazón sin
alivio.
¿Por qué hay miradas
que ahondan
los fondos del turbio
instinto?
¿Por qué el amor nos
destruye
en un celeste
exterminio?
¡Sevilla, furor de
sangre
con un corazón de
niño!
¡Sevilla, temblor de
muros
blancos entre
jardinillos!
En tu profunda
clausura
busco silencio y
abrigo.
Estoy
cansado…¡Dejadme!
Cansado de amor, de
vinos…
Dejad perderse mis
horas
ante un jazmín..
¡Y el olvido!
CASIDA DE LAS
CAMPANAS
YA no estaré aquí.
Borrado en la nada.
Pero cuando suenen,
densas, las campanas
-campanas celestes
de misa del alba,
ángelus de oro,
temblor de Giralda-;
cuando al mediodía,
con olor de
albahacas,
ecos y retumbos
tiemblen por la casa.
Guardadme silencio.
Parad las palabras.
Cauces de latidos
en la ausencia larga.
¡Los muertos!...
¡Los muertos
oyen las campanas!
CASIDA DEL ALTO AMOR
EN la madrugada.
Nadie nos veía.
Toda la noche y el
río.
Todo el jardín y la
sombra.
Toda la vida.
En la madrugada.
Cuando tú querías…
CASIDA DE LOS
PERFUMES
SOBRE la rosa que al
viento
da su aroma con
desmayo;
sobre el jazmín que
en el aire
cuaja sus luceros
blancos;
sobre el mirto y la
celinda,
la alhucema y el
naranjo,
sobre todos los
aromas,
mujer, el tuyo en mis
manos.
CASIDA DEL AGUA
DORMIDA
NO es más que el agua
dormida
en el cuadro del
estanque.
La velan mis ojos
tristes.
La guardan los
arrayanes.
NO es más que el agua
dormida
¡No la despiertes!¡No
hables!
Sueña con verdes
jardines
que le corren por su
sangre.
Están allí,
transparentes,
por entre el cielo y
su carne:
cipreses de erguido
anhelo,
murtas de oscuros
encajes.
No es más que el agua
dormida,
en el gozo de la
tarde.
Por su remanso
discurren
los éxtasis
siderales.
El sol, la
nube…¡Cuidado!
No cante rutas el
aire.
Este mundo de
delicias
sólo es de paz y
cristales.
Mis ojos roban
encantos
en profundas
densidades.
La realidad vive en
ellas
con luz, con forma y
sin aire.
Naranjas, cielos,
columnas,
mi rostro y los
arrayanes
en el mundo
misterioso
de las aguas…¿Soy de
carne?
¿Qué normas de
transparencias
o de reflejos
astrales
mantienen silencio
puro
estas hondas
claridades?
¿Qué música sin
sonido,
del alma sólo
captable,
bajo el temblor de
las aguas
alisadas por el aire?
No es más que el agua
dormida.
Los jardines son su
sangre.
Mis ojos, líquida
hondura.
¡Cuidado!¡No
despertarme!
CASIDA DE LA FLOR
NUEVA
AYER esta rama verde
nada tenía, Señor.
Era una vena en el
aire
hecha de savia y
temblor.
Ayer esta rama verde
la tuve en mis manos
yo
y estaba tibia y
dormida
como en el pecho una
voz…
Y hoy, Señor, esta
mañana,
la rama tiene una flor.
El cieno, la tierra,
el barro
hecho luz, hecho
oración.
El aire en éxtasis
mira
la gloria de la
creación.
¡Señor que el barro
ennobleces,
brota en mi carne,
Señor!
CASIDA DE LA ALBAHACA
EN la siesta y por
los patios
mis manos que te
acarician.
¡Qué frescura entre
tus hojas!
¡Qué morbidez en la
íntima
resistencia de tus
tallos!
Entre mis dedos
germina
tu olor de verde
delirio.
Ya embriaga, ya
trasmina
disuelto en los
cauces hondos
de mis venas…¡Qué
delicia!
Cierro los ojos al
mundo
Y el jardín brota en
mi vida.
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