sábado, 23 de enero de 2016

SOMBRA APASIONADA -2-



JOAQUÍN ROMERO MURUBE


SOMBRA
APASIONADA
SOMBRA APASIONADA   (2)

ARREBOLERA AL VIENTO
…………      …………..    ………..
L as flores de las macetas prestan pasjeros corazones de colores al viento.
A I cerrar el cristal de los balcones, huyen en media vuelta rápida las calles presumidas.
L a poesía romántica pudo descansar sobre el ocio. La poesía moderna descansa sobre la bien organizada actividad.
... E se a postrero del verano en que llueve por primera vez y fermentan en la tierra los olores de todos los as muertos ...
Nos gustan esas calles que, al final, para encubrir un fondo imposible, tienen un cudrito con un paisaje de campo vivo, colgado de la pared del cielo.
Los perros muerden el silencio con el ladrido.
Dan ganas de besar al aire en los labios de las rosas.
EI rosal clavó sus púas en la carne azul del aire, y de la sangre hizo rosas bermejas.
EI viento se fugó con la campana.
Los arrayanes hacen nacer en todos los jardines húmedas nostalgias de la Alhambra.
Tanto quisieron bajar las nubes sobre el jardín, que se quedaron prendidas a los almendros.
El aire se hunde en el agua como nuestros pies en la arena de la playa.
El viento aquel día estaba lleno de demo­nios que desnudaban a las mujeres.
En los jardines, al borde de las fuentes, hay árboles inclinados como mártires, por la pena de no haber podido suicidarse en el beso supremo de Narciso.
Se cansó el viento de la llanura, del monte y del mar, y puso casa en las espadañas de Sevilla.
Las torres presentaron denuncias contra el viento, ladrón de secretos y virginidades de campanas.
Sacrificio, Rosa, Milagros, Expectación ... una familia de Triana.
De pronto el viento infló los árboles dor­midos y toda la plaza se balanceó como un barco.
A pesar de todo, en 1927, no llegan a tres los poetas nuevos de España.
Córdoba es lo clásico muerto. Sevilla es lo clásico vivo.
Siempre que leemos la definición que Bergson da de la intuición, no sabemos por qué, nos acordamos fatalmente del secreto de la retórica de Lorca: «intuición es esa especie de simpaa intelectual, por la cual nos trans­portamos al interior de un objeto para coinci­dir con lo que tiene de único y, por consguiente, de inexpresable».
AI toro negro de la noche, los gallos cla­van las banderillas de sus quiquiriqes.
El salto atrás, en calidades sevillanas, de Perfil del aire”, llega hasta Bécquer.
Lo que hay de tumba en la cama de todos los días, se ve muy bien en los hoteles y fondas húmedas.
En el verano se ve con más frecuencia a esa mujer que tiene los ojos llenos de peca­dos luminosos.
El recuerdo de las buenas peculas se confunde con los mejores sueños.
La mitad de su prestigio era la huída.
Le temíamos a su desnudez, porque, mo­mentáneamente, mientras vea la reflexión, se nos iba a una distancia mitológica.
Hay horas traspasadas, en los pueblos,' por la virginidad cereal y magnífica de todas las Pomonas inconscientes.
Cuando todos' se quedan dormidos en la siesta del patio, comienza una mujer desnuda a bailar en la fuente del sueño.
Gerardo Diego: vendaval de todos los buenos vientos.
Distraigámonos: imaginemos un incendio en una fábrica de espejos.
Los trenes arrastran por todos los campos el cadáver del romanticismo.
¡Con qué finas luces dice el eso adiós ya en el cielo del oto!

CANCIÓN
EI viento de la mañana
lleno de alas blancas.
El viento del medioa
dormido sobre las horas.
En el viento de la tarde
van de paseo los ángeles.
-Airecillo de la noche,
roba sombra de sus ojos
y corre -.

TONADA
Gitana,
se ve tu alma
en el cristal
de la mañana.
Desnuda,
gitana,
como la llama.
De flor de albahaca,
gitana,
la carne tienes,
tienes el alma.


MAR EN EL VIENTO
¡Cómo, mar, te tiene el viento
de mi tierra seca
cuajando en las luces sal,
transparencias!



MUERTE DE LA LUZ
L a tarde
siete cristales ...
El sol
caído en la calle.
La cal,
reflejo de sangre.
-Muerto el sol
muerta la calle ... -
La tarde
siete cristales,
llamas muertas
en el aire.



LUGAR

La luz agria de tu barrio
me ronda con sus cristales.
Por entre mis manos fluye
el agua añil de la tarde.
El aire queda vencido
en la pared de mi carne.
Las esquinas giran locas
alrededor de mi talle.
Pájaros perdidos cantan
porque mi lengua no hable.
La llama de mis cabellos
negra se tuerce en el aire.
Por el cielo va deshecha
La flor de mis voluntades
¡Ay se me corta la vida
en el cristal de esta tarde!


GUADALQUIVIR
Perenne abrazo y mudable
de cristal, prisa del cielo,
Guadalquivir, rey de os,
corre por los campos buenos,
galán de las dos orillas
y del aire bandolero.
Para su regazo errante
caricia es el cautiverio,
que, en paredes de oro, cañas
se desnudan en su espejo.
Córdoba en él da a Sevilla
errante paisaje muerto,
funeral argentea,
venganzas de Polifemo,
mensajería de nubes
si no de flores correo.
Le da Sevilla en Giralda
la «Soledad» de los vientos.



ROMANCE
DE LA TORRE MARISMEÑA
Sobre la marisma
la torre bermeja.
Vientos de los mares
salitres le dejan
en su sequedad
de sol y de leguas.
Tierra ardida, llama,
rebelión de piedra
contra cielo y aire
la torre bermeja.
Ni espejo de agua
ni viento de estrellas
sus aristas lame
su adustez refleja.
Requemada, ardiente,
señera, reseca,
horno del estío,
jaula de leyendas
y contrabandistas
que huyen las veredas,
posada de zíngaros
la torre bermeja.
Rojizo esqueleto
en estancia terca
sobre la infinita
curva de la tierra.
Fantasma nocturno
que mastica estrellas
con la dentadura
de su rota almena.
Tierra ardida, llama,
rebelión de piedra
contra cielo y aire
la torre bermeja.



PATINILLO, LUZ CELESTE
En el patinillo, un momento, a filo del día mediado, el sol dejaba caer una lanceta de oro que se quebraba en un rinn húmedo de cal y sombra, clavábase en la pared, o en el suelo quedaba tendida, hecha cegadora lumbrarada de oro. Pronto la miel tibia solar resbalaba por la pared arriba, rebasaba el tejaroz, saa del pequeño patio. Y en el am­biente quedaba, en una nostalgia imprecisa, la ausencia del momentáneo tesoro habido. Las albas paredes vestidas con encajeas de yerbas y de jazmines celestes, se empenum­braban como en presunta noche dilatadísima. Y era aún día fuerte y pujante de luz, pero ya en el patinillo lo daba el reflejo oblicuo del sol alto: sólo alumbraba una luz indefini­ble de aparente, falso y largo lubrin de anochecida.
Nosotros, en aquel tiempo, no descifrá­bamos el embrujo del patinillo húmedo y viejo, siempre solo. ¿Era su soledad? ¿La muda tristeza lugareña de sus jazmines celes­tes? ¿El pozo del rinn, guarida fácil de los monstruos de nuestra niñez taladrada de misterios? ...
Se iba pronto el manchón de sol y que­daba en el patio una luz reflejada de flores verdes, de jazmines celestes. Todas las paredes estaban cubiertas de jazmines celes­tes que daban al patinillo esa íntima melan­colía de la niña de pueblo que no tiene para ataviarse más que las flores ásperas de su postigo.
Era celeste y tierna la luz que en todo instante alumbraba el patinillo: celeste en el cielo, celeste en las paredes, celeste en el cristal del agua del pozo, donde al asomarnos rompíamos con la frente el alto -bajo­- cielo reflejado. Luz encelestiada que tea poder transfigurador. En ella se borraban los contornos violentos, las palabras se haan quedas, el alma se vea a los sentidos y quería morir dulcemente sobre la paz de los celestes jazmines. El cuerpo también se movía lento, religioso, en temor de que un dinamismo brusco quebrase el cristal de gra­cia de la luz, aura pura del cielo altísimo.
No acertábamos de niño a descubrir el misterio de aquel patinillo viejo, olvidado en toda la casa como una cosa muerta e inser­vible. Quizá, su luz rara de cielo era ensalmo feliz para la adolescencia herida ya por el misterio y por la carne ...
Sobre la flecha de cada hora, sobre el acervo de todos los minutos, sobre tantos caminos y tantos horizontes, el alma busca ansiosa la luz celeste del patinillo, los jazmi­nes humildes, el hondo pozo y el hachón de oro, tesoro frágil del medio día. Busca la paz y el éxtasis profundo de la vida muerta de patinillo.



EL POZO
Toda mi niñez estuvo, ansiosa, asomada al hondo pozo de aquel patio de mi casa del pueblo, como si su entraña de agua guardase ese secreto impreciso que clava la primera espada de amargura en la aurora de la ado­lescencia, como si en su sepulcro de reflejos se hubiera hundido, ahogado, la heroína de alguna de mis leyendas infantiles ... Yo me asomaba al pozo, ansioso, y, a un tiempo mismo, sobrecogido, tímido como si me aso­mara a la desnudez de una mujer enigmá­tica ... Me asomaba, y dejaba clavados los ojos en la hostia grande de cielo guardada en el hondo fondo: -hostia, rosa de cielo, tanto más azul y purísima como vítrea y negra la cárcel que la encerraba-.  Echado sobre el brocal, la caricia del olor y el húmedo  beso frío que el aliento del pozo poa sobre toda mi carne, me dejaban un placer agri­dulce en el pecho, un vértigo momentáneo en el sentido, una turbación placentera en el ánima sobrecogida ...
¡Qué abrazo, en lo hondo, el del agua y el cielo! Se unían en una caricia extática, absoluta. No era posible la distinción del cristal del agua, de la sombra, del cielo ni del aire. Todo el suelo del agua se cuba con alfombra de cielo; el pozo hundía lo azul, lo abrazaba con la esmeralda de sus paredes, lo aprisionaba y, como a tesoro rico, lo guardaba y con ahínco lo retenía. Y el cielo, en el fondo del pozo, temblaba poseído por la caricia de las aguas ...
Yo hundía el alma también en aquel cielo hincado en la tierra, en el agua fría de aquella rcel celeste. Yo clavaba en ella mis ojos, y los veía allí, reflejados en el cielo del agua, tristes y grandes como luceros de una noche lunera ...
A veces, yo hablaba con el pozo. Ha­blaba con él, y él me devolvía mi misma voz, más tierna, llena de temblores y, como ame­drentada de la sombra, vestida de suavidad y cortejada de ecos ... Yo le decía siempre mi nombre, y el pozo me lo. tornaba de lo hondo, lo pulía al chocarlo con las piedras, al rozarlo con los líquenes, al doblarlo para hacerlo entrar y salir por las quiebras y hen­diduras misteriosas de las paredes... Y esta espera de mi voz lanzada al fondo y devuelta luego con misterio, era dulce placer bueno, raro siempre a mi alma.
Mi niñez vio en el fondo del pozo cosas inexpresables, fugitivas, misteriosas. A veces todo lloraba, parea taladrado en cristal de lágrimas, lleno de pena ... Otras veces reía: el agua cantaba, se abrazaba en ondas gra­ciosas, se poblaba de cristalea sonora, de besos locos ...
Yo vi también, una noche, las estrellas muertas, amortajadas en el fondo del agua. Pero nunca más me asomé de noche, porque, entre los luceros,  me·pareció haber visto, muerta también, a una mujer joven que mis­teriosamente desapareció del pueblo un dÍa ...
Cuando, ya camino de mocear, tuve que irme de mi pueblo, me despedí del pozo como de un amigo, como de una amante buena. Igual que tantas tardes apoyé el pecho sobre el brocal y convertí al agua en momentánea sepultura de mis ojos. Le hablé, pero no le grité mi nombre: dije sólo un largo adiós de despedida ...
Y el pozo me devolvió mi voz, más triste y más dolorosa. Me dijo un adiós largo, nacido de honda entraña, húmedo de llanto. Un adiós cuyo eco resuena siempre -como en el pozo - en el fondo de mi vida de pueblo, de mi niñez.







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