JOAQUÍN ROMERO MURUBE
SOMBRA
APASIONADA
SOMBRA APASIONADA (2)
ARREBOLERA AL VIENTO
………… ………….. ………..
L as flores de
las macetas prestan pasajeros corazones
de colores al
viento.
A I cerrar
el cristal de
los balcones, huyen en
media
vuelta rápida las calles presumidas.
L a poesía
romántica pudo descansar
sobre
el ocio. La poesía moderna
descansa
sobre la
bien organizada
actividad.
... E se día postrero del verano en que llueve
por
primera vez y
fermentan en la tierra
los
olores de todos
los
días muertos
...
Nos
gustan esas calles que, al
final, para encubrir un
fondo imposible, tienen
un cuadrito con un paisaje de campo
vivo, colgado de la pared
del cielo.
Los perros
muerden el
silencio
con el ladrido.
Dan
ganas
de besar
al aire en
los labios
de las rosas.
EI rosal
clavó sus púas en la carne azul del aire, y
de la
sangre hizo rosas bermejas.
EI viento se fugó con la campana.
Los arrayanes
hacen nacer
en todos los jardines
húmedas
nostalgias de la
Alhambra.
Tanto quisieron
bajar las
nubes sobre el jardín, que
se quedaron prendidas a los
almendros.
El aire
se hunde
en el
agua
como nuestros pies
en la arena de
la playa.
El viento aquel día
estaba lleno
de demonios
que desnudaban
a las
mujeres.
En los jardines, al
borde
de las fuentes, hay árboles inclinados
como mártires, por la
pena de
no haber
podido
suicidarse
en el beso supremo
de Narciso.
Se
cansó el viento
de la llanura, del monte y del
mar, y puso casa en
las espadañas de
Sevilla.
Las torres presentaron
denuncias
contra el viento,
ladrón
de secretos
y virginidades de campanas.
Sacrificio, Rosa, Milagros, Expectación
... una familia de Triana.
De pronto el
viento infló los
árboles dormidos
y toda la
plaza se balanceó como un barco.
A pesar
de todo, en 1927, no llegan a tres los
poetas nuevos de España.
Córdoba es lo clásico muerto.
Sevilla es lo clásico vivo.
Siempre que
leemos la
definición que Bergson da
de la intuición, no
sabemos por qué, nos acordamos
fatalmente del secreto
de la retórica de
Lorca: «intuición
es esa especie de simpatía intelectual, por la cual nos transportamos al
interior de
un objeto para coincidir con
lo que tiene
de único
y, por consiguiente,
de inexpresable».
AI toro negro de la noche,
los gallos clavan las
banderillas
de sus
quiquiriquíes.
El salto atrás, en calidades sevillanas, de
“Perfil del
aire”,
llega hasta Bécquer.
Lo que
hay de tumba en la
cama de todos los días, se
ve muy bien
en los hoteles y fondas
húmedas.
En el verano se ve con
más frecuencia
a esa mujer que
tiene los
ojos llenos de
pecados luminosos.
El recuerdo
de las buenas películas se
confunde con los mejores sueños.
La mitad
de su prestigio era
la huída.
Le temíamos a
su desnudez,
porque, momentáneamente,
mientras
venía la
reflexión, se nos
iba a una
distancia mitológica.
Hay horas traspasadas, en los
pueblos,'
por la virginidad
cereal y
magnífica de todas las
Pomonas inconscientes.
Cuando todos'
se quedan dormidos en
la siesta
del patio,
comienza una
mujer desnuda
a bailar en la fuente del
sueño.
Gerardo Diego:
vendaval
de todos los buenos
vientos.
Distraigámonos: imaginemos un incendio
en una
fábrica de espejos.
Los trenes arrastran
por todos
los campos el cadáver
del romanticismo.
¡Con qué finas luces dice el
estío adiós ya en
el cielo del
otoño!
CANCIÓN
EI viento
de la mañana
lleno de alas
blancas.
El viento del mediodía
dormido sobre las
horas.
En el viento
de la tarde
van de paseo
los ángeles.
-Airecillo de
la noche,
roba sombra de
sus ojos
y corre -.
TONADA
Gitana,
se ve tu
alma
en
el cristal
de la mañana.
Desnuda,
gitana,
como la llama.
De flor de
albahaca,
gitana,
la
carne tienes,
tienes el
alma.
MAR EN EL VIENTO
¡Cómo, mar,
te tiene
el viento
de mi
tierra seca
cuajando en las
luces sal,
transparencias!
MUERTE
DE LA LUZ
L a tarde
siete
cristales ...
El
sol
caído en la calle.
La
cal,
reflejo de sangre.
-Muerto
el sol
muerta la calle ... -
La
tarde
siete
cristales,
llamas muertas
en
el aire.
LUGAR
La luz agria
de tu barrio
me ronda con
sus cristales.
Por entre mis manos
fluye
el
agua
añil de la tarde.
El aire queda
vencido
en
la pared de
mi carne.
Las esquinas giran locas
alrededor de mi
talle.
Pájaros perdidos cantan
porque mi lengua
no hable.
La llama de
mis
cabellos
negra se tuerce en el aire.
Por el cielo va deshecha
La flor de mis voluntades
¡Ay
se me
corta la vida
en
el cristal de
esta tarde!
GUADALQUIVIR
Perenne abrazo y mudable
de
cristal, prisa del cielo,
Guadalquivir,
rey de ríos,
corre por los
campos buenos,
galán de las dos orillas
y del aire bandolero.
Para su regazo errante
caricia
es el cautiverio,
que, en
paredes de
oro, cañas
se
desnudan
en su espejo.
Córdoba en él da a Sevilla
errante paisaje
muerto,
funeral
argentería,
venganzas de Polifemo,
mensajería de
nubes
si no de
flores correo.
Le
da Sevilla en Giralda
la
«Soledad»
de los
vientos.
ROMANCE
DE LA TORRE MARISMEÑA
Sobre
la marisma
la
torre bermeja.
Vientos de los mares
salitres le dejan
en
su sequedad
de
sol y de leguas.
Tierra
ardida, llama,
rebelión de
piedra
contra cielo y
aire
la
torre bermeja.
Ni
espejo de
agua
ni viento de estrellas
sus aristas lame
su
adustez refleja.
Requemada, ardiente,
señera, reseca,
horno del
estío,
jaula de leyendas
y contrabandistas
que
huyen las
veredas,
posada
de zíngaros
la
torre bermeja.
Rojizo esqueleto
en
estancia
terca
sobre la
infinita
curva de
la tierra.
Fantasma
nocturno
que
mastica
estrellas
con
la dentadura
de
su rota almena.
Tierra
ardida, llama,
rebelión de
piedra
contra cielo y aire
la
torre bermeja.
PATINILLO, LUZ
CELESTE
En el
patinillo,
un momento, a filo
del día
mediado, el
sol dejaba caer una
lanceta de
oro que se quebraba en un rincón
húmedo de
cal y sombra,
clavábase en
la pared,
o en el
suelo quedaba tendida, hecha cegadora lumbrarada de oro.
Pronto la
miel
tibia
solar
resbalaba por la pared arriba, rebasaba
el tejaroz, salía del pequeño
patio. Y en el
ambiente quedaba, en
una nostalgia imprecisa,
la ausencia del momentáneo tesoro
habido. Las albas paredes vestidas
con encajerías
de yerbas
y de jazmines celestes, se empenumbraban como en
presunta
noche dilatadísima. Y era aún día fuerte y pujante de
luz,
pero ya en el patinillo sólo daba el reflejo
oblicuo del sol alto: sólo alumbraba una
luz indefinible de aparente, falso y largo
lubricán de anochecida.
Nosotros, en
aquel tiempo, no descifrábamos
el embrujo
del
patinillo
húmedo y viejo,
siempre
solo. ¿Era su soledad?
¿La muda tristeza lugareña de sus jazmines
celestes? ¿El pozo
del
rincón,
guarida fácil de
los monstruos
de nuestra
niñez
taladrada de misterios? ...
Se
iba pronto
el manchón de
sol y quedaba en
el patio una luz
reflejada
de flores verdes, de
jazmines
celestes. Todas las paredes
estaban cubiertas de
jazmines celestes
que daban
al patinillo esa íntima
melancolía de la niña
de pueblo que no tiene
para
ataviarse más
que las flores ásperas
de su
postigo.
Era
celeste
y tierna la luz
que en todo instante alumbraba
el patinillo:
celeste en
el cielo, celeste en las
paredes, celeste en
el cristal del agua del pozo, donde al
asomarnos
rompíamos
con la frente el
alto
-bajo- cielo reflejado.
Luz encelestiada que tenía poder transfigurador. En ella se
borraban los
contornos
violentos, las palabras se
hacían quedas,
el alma se
venía
a los sentidos
y quería morir dulcemente sobre
la paz de los celestes jazmines. El cuerpo también
se movía
lento, religioso,
en temor
de que un dinamismo brusco quebrase
el cristal
de gracia
de la
luz,
aura pura del cielo altísimo.
No
acertábamos
de niño a descubrir
el misterio de
aquel patinillo viejo, olvidado en toda la casa como una
cosa muerta
e inservible. Quizá, su
luz rara de cielo
era
ensalmo feliz para
la adolescencia herida
ya por el misterio y
por la
carne ...
Sobre la flecha
de cada hora, sobre
el acervo de
todos los minutos,
sobre tantos caminos y tantos
horizontes, el
alma
busca ansiosa la luz
celeste del patinillo,
los
jazmines humildes, el
hondo
pozo y el
hachón de oro, tesoro frágil del medio día. Busca la
paz y
el éxtasis profundo de la
vida muerta de
patinillo.
EL POZO
Toda mi niñez estuvo, ansiosa, asomada
al hondo pozo de
aquel patio de mi casa del pueblo, como
si su entraña de agua
guardase ese secreto
impreciso que clava la
primera espada de
amargura
en la aurora de la
adolescencia, como si en
su sepulcro
de reflejos se hubiera hundido,
ahogado, la heroína de
alguna de
mis leyendas
infantiles ... Yo me asomaba
al pozo, ansioso, y, a un
tiempo mismo, sobrecogido,
tímido como si
me asomara a
la desnudez de una
mujer enigmática ... Me
asomaba, y
dejaba clavados
los ojos en la hostia grande de cielo
guardada en el
hondo
fondo: -hostia,
rosa de cielo,
tanto
más
azul
y purísima como
vítrea
y negra la
cárcel que la encerraba-. Echado
sobre
el brocal, la caricia
del
olor y el
húmedo beso frío que el
aliento del pozo ponía
sobre toda mi
carne, me
dejaban un placer
agridulce
en el pecho, un
vértigo
momentáneo
en el sentido, una turbación
placentera en
el ánima sobrecogida
...
¡Qué abrazo, en
lo hondo, el del agua y el
cielo!
Se unían
en una caricia extática, absoluta. No
era
posible la distinción
del cristal
del
agua, de
la sombra,
del cielo ni del aire. Todo el
suelo del agua
se cubría con alfombra de cielo;
el pozo
hundía lo azul,
lo abrazaba con
la esmeralda
de sus
paredes, lo aprisionaba
y, como a tesoro rico, lo guardaba
y con ahínco lo
retenía.
Y el cielo, en
el fondo del pozo, temblaba poseído por la
caricia de las aguas ...
Yo
hundía
el alma también en
aquel cielo
hincado
en la tierra,
en el
agua
fría de aquella
cárcel celeste. Yo
clavaba
en ella
mis ojos, y
los veía
allí,
reflejados
en el cielo
del
agua, tristes y grandes
como
luceros
de una noche lunera ...
A veces, yo
hablaba
con el pozo. Hablaba con él, y él me devolvía mi
misma
voz, más tierna, llena
de temblores y, como amedrentada de
la sombra, vestida
de suavidad y cortejada
de ecos ... Yo le
decía siempre
mi nombre, y el pozo
me lo. tornaba
de lo hondo,
lo pulía al chocarlo con las piedras, al
rozarlo con los líquenes, al doblarlo
para hacerlo entrar
y salir por las quiebras y hendiduras misteriosas de
las paredes... Y esta espera de mi voz lanzada
al fondo y devuelta
luego con misterio, era dulce placer bueno,
raro siempre a mi alma.
Mi niñez
vio en
el fondo del
pozo cosas
inexpresables, fugitivas, misteriosas.
A veces todo lloraba,
parecía taladrado en
cristal de lágrimas,
lleno de pena ... Otras
veces
reía: el agua cantaba, se
abrazaba en
ondas graciosas, se
poblaba de cristalería
sonora, de besos locos ...
Yo
vi también, una
noche, las estrellas muertas, amortajadas en
el fondo
del
agua. Pero
nunca más me
asomé de noche, porque,
entre los luceros, me·pareció
haber visto,
muerta
también, a
una mujer
joven
que misteriosamente
desapareció del pueblo un dÍa ...
Cuando,
ya camino de mocear, tuve que irme
de mi pueblo, me despedí
del pozo
como de
un amigo, como
de una
amante buena. Igual que tantas
tardes apoyé el pecho sobre el brocal y convertí al
agua
en momentánea sepultura de
mis ojos. Le hablé, pero no le
grité mi nombre: dije sólo un largo adiós de despedida ...
Y el pozo me
devolvió mi voz, más triste y más dolorosa.
Me dijo un adiós largo, nacido de honda
entraña, húmedo de
llanto. Un adiós cuyo eco
resuena siempre -como
en el pozo -
en el fondo de mi
vida de
pueblo, de mi
niñez.
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