sábado, 23 de enero de 2016

SOMBRA APASIONADA -3-



JOAQUÍN ROMERO MURUBE


SOMBRA
APASIONADA
SOMBRA APASIONADA
3


ESPEJOS
……….         ………          ………….
E I espejo es el hijo predilecto de la luz.
La profundidad en los espejos es la cuarta dimensión.
EI genio es el hombre que llega a mirarse en el espejo del cielo.
Basta un espejo para desbaratar el mundo.
Los espejos son aficionados al espiritismo.
El cine es la vida que todos anhelamos fundida en un espejo.
Douglas Fairbanks tiene agilidad de mo­vimientos de espejo.
Hay entre nuestras amistades una mujer deliciosa, desaparecida en sesgo, para siem­pre, por un espejo.
Los campesinos tienen miedo a la violenta desnudez de los espejos y los cubren con un traje de gasa rosa o celeste.
EI hombre no sabe disimular el vicio feme­nino del espejo.
Los espejos tienen una intimidad cristalina de abuelas y antepasados inocentes.
Quien en su casa no tiene más familia que los habitantes de los espejos, vive muerto antes de morirse de verdad.
Los más bellos ensayos de suicidios se verifican en la guillotina del marco de los espejos.
Súbitamente se abren en el fondo de los espejos las más terribles interrogaciones.
La única tristeza de los espejos es no tener voz.
Por el uso excesivo del espejo la mujer suele suicidarse arrojándose al mar.
Hay muertes ocasionadas por el veneno de los espejos: la de Venecia, entre otras.
Los cristales son espejos sin almas.
Los espejos sitúan matemáticamente. Por eso la estética moderna puede ser definida como la estética del espejo.
Existe el mártir de los espejos: Narciso.
En el río están los espejos atacados de prisa. El mar es el manicomio de los espejos. La luna, el camposanto de las lunas rotas y muertas de los espejos.
La mujer que se vio en el primer espejo del mundo quedó privada de ran.
El Anticristo entrará en el mundo por la puerta de un espejo.
El espejo es el mayor enemigo de la soledad.
EI espejo es un encanto.
Un espejo sin luz produce la misma sen­sación que una mujer desnuda en la oscu­ridad.
Los espejos guardan el cadáver del aire.




SILENCIO BAR SIRENA
El ocio me hace naufragar nuevamente, con la hora, el sol, la fiesta y la ausen­cia de tantas amistades y alega, en este gran mar del espejo vecino, mar de la mari­nería de los licores, trasfondo y paisaje ultramarino adecuado a los aguardientes, a los cacaos, a los koteles de química difícil. Naufrago en este mar seducido por la caricia del espejo desnudo, atraído, imantado por su serenidad absoluta de agua muerta o dormida que complementa, hasta el éxtasis, mi ocio, mi reposo, mi voluptuosa quie­tud. Yo, dios en este instante de la difícil soledad del bar, sobre la tierra, y, a un tiempo, en la superficie fiel, exacta y ene­miga del espejo vecino, me ahogo, sumer­giéndome, hundiéndome poco a poco, con lentitud majestuosa, en la hondura del agua imaginaria, lecho de cristales de plumas, cárcel infinita del aire y de la luz. ¡Qué pla­cer en la ,tarde de este domingo atravesada en la semana como un folleto molesto entre nuestros libros buenos, sumergirse, hundirse, nadar, subir, bajar, flotar, jugar -tan inmó­viles- sobre el agua del espejo, en el mar de la licorería rara, bogando hacia la isla de los whiskys con el motor de un sueño via­jero! Es este uno de esos espejos nostálgicos que enjaulan al aire limpio, que biselan y rompen con su friso de agua verde o azul la simetría perpendicular y hostil de las paredes y los techos, y que en sus fondos, hondos, guardan -doblados, torcidos como suicidas al comenzar la suerte del balcón a la calle; sobre el aire, o mejor, fuera del aire, del espacio normal guardan, digo, estos espe­jos entre sus elásticas paredes a todos los paseantes del bar, los trasegantes buscadores del ajenjo los magnetizados por la copa verde, áurea negra del licor de las madru­gadas, los hombres buenos, santos, patrio­tas, del «mitad y mitad», bocadillos de jamón, limonada, pastel, o -mejor gente todavía-  y visual a la adolescente cajera enjau­lada. Todo, el gesto y el trago. la mirada y la palabra, el cuerpo y la sombra, la voz y el eco, la risa y el deseo, el humo, el silen­cio y hasta el ángulo de los huidizos pensmientos, todo queda hundido en el fondo del espejo del bar, ahogado en sus inclinadas aguas muertas, aguas verdeantes, aguas relucientes, aguas plateadas por el cuajo de tantas calmas y serenidades. Por este mar fingido de la pared del bar arriban los gran­des naos que llenan de humo y tropicales esencias los ámbitos poblados de presurosas gentes; por este gran espejo comienza el desnivel y el desorden arquitectónico en las mareas de las altas borracheras de todos los Santiagos de todos los meses; por él huye ese hombre negro -luto en el silencio-que desaparece sin que nadie lo haya visto salir por las puertas, y en sus aguas, por fin, se suicida también el adolescente que llega al final de una espesa noche de mayo, trémulo, sombra del horror, con los ojos encendidos en amores contrarios, horribles, porque el mundo se le ha abierto de pronto en el fondo de un misterio repugnante, y bebe el aguardiente más fuerte, el aguardiente de los grados infinitos que insensibiliza hasta el vértigo de los ojos, y lo arroja a uno al mar del espejo o a cualquier otro mar: indiferente.
Pero no juguemos tanto con el agua. Ahora estoy solo. Soy el rey del bar, el Neptuno de estas vecinas aguas tentadoras. ¡Qué silencio! ¡Qué paz! ¡Qué meridionales calmas! Lejos, la tarde endomingada echa a rir la ciudad con el sol. El bar, el barco y mi mar, solitarios. Duermen en sus lechos cristalinos los trasparentes espíritus fuertes de toda la licorería. Los cafetales extienden su odorífica capa de seductor azabache sobre las horas calurosas. En las cajas del te, unos chinos sostienen la celeste armonía del cielo con la sabiduría de sus miradas. Calma. Paz. Silencio.
... ¿Un rumor? ¿Agua? ¿Luz? .. ¡Cuidado, cuidado! Abramos bien los ojos ... ¡Sí, si, en el mar, por la orilla, por la orilla del mar!.. ¡Quietos! Sí, una sirena... una sirena ... ¡ ¡Quietos! Ha nacido, como la aurora, del silencio y la sombra ... Una sirena, una sirena auténtica. Ha aparecido por el ángulo norte del espejo, digo del mar, por donde debe caer justamente el meridiano de Los Ángeles, de Hollywood ... ¡Una sirena, , una sirena!.. Ahora se sienta al borde de las aguas. Se parece, claro, a todas sus otras hermanas sirenas de la sombra: verdes los ojos (Gloria Swasson) y justa, fina la nariz (Bebé Daniels) sobre los labios frescos, frutales, llenos (René Adorée), y el cabello gris, áureo, rubio (cuántas, cuántas? ... Norma Shearer, Anes Aires, Mae Murray, Marión Davies ... ¿cuán­tas, cuántas?), revuelto, movido, arremoli­nado por la brisa marinera del anclado bar ... ¡Qué alega! El domingo, el a del Señor, me ha traído como regalo encerrado en la más difícil de sus horas, una sirena ... ¿Habrá sobre el haz de la tierra persona alguna con mayor felicidad que la a? ¡Una sirena de pintados labios y de ojos ... ¿cómo son los ojos? ... ¡Qué felicidad! Yo oiré su canto pér­fido y acabaré de morir, consciente -hombre moderno- de mi bello engaño, hecho mi cuerpo sombra apasionada de su hda. ¿Por dónde al mar de la sirenita? Ahora bebe una copa de pipermint. .. Ahora me mira: siento sus ojos clavados en mí - ¡qué deliciosa muerte!- y tengo que correr los os por el horizonte marino del espejo, en huída con­fusa, para no ahogarme prematuramente de miedos e impaciencias ... ¿Por dónde a ella? ¿Por dónde a sus palabras, a sus ojos, a sus labios? ... Pero ... ¿y la sireníta? ¿Dónde está ahora la sirena? ¿Ni sombra ya de su estan­cia? ¿Mar fingido, mar solitario otra vez? ¿Soledad?... ¡Soledad, sí, soledad llena de femenina ausencia!
(Se ha tornado todo el placer de las aguas en veneno, borrasca de la tarde. Hay que huir lejos, pronto, de estas playas, testigos de mi felicidad y de mi engaño. Hay que huir para sanar de la herida de la sirenita. Huir, huir, huir ... )

RETRATO
Tres mares, mar de tierra, mar de viña, mar de agua, nos dio la ruta de aquel eso, y ahora, al querer aquí traer viva tu imagen, hay que traspasarla por esos tres mares de ocres, verdes, azules ondas, hay que entreverla por todo un eso lleno de zumos y soles de bochornos, para que así llegue completa, tú y el ambiente llenos de verano, tu presencia y tu sombra morada o azul estremecida sobre la cal o la tierra ardiente, desde el abismo de millas en que hoy el cuerpo tuyo y tu sombra auténtica usurpan al aire el fino y griego hueco de los moldes felices. Porque la marisma, el mar de tierra, primero, desnudó tu palabra. Toda en ti la fuerte desnudez de la marisma. Marisma, no en el invierno, regazo de lagunas que copian fiestas al aire, ni cuando luego el altar infinito de mayo pervive entre los campos; si ahora, marisma de eso, ocre, sedienta, turbia por el vaho de las vísperas espesas, escandecida, trágica por la memoria del caminante muerto con la llama en la nuca y el aire inmóvil en la garganta, marisma de estío hecha por dos líneas, una de cielo, otra de tierra, y una profundidad de temblores, mirada de Dios, fingidos espejismos en el fondo. Desnudez: cielo, tierra. No quiebra la línea del horizonte ni la instantánea arquitec­tura de un vuelo.
Y también, luego, el mar de viña, el mar de las ondas más lentas, más potentes, más amplias, el mar surcado sólo por la vela frágil de tu traje de ciudad. ¡Qué escuela de alega la del mar de la viña! El viento, incasable, pulsaba la guitarra verde de los caña­verales de la linde. Toda la tierra era mar de viña, mar de esencias y espíritus de fuegos, lleno de un hondo rumor. Siempre un halo de auroras alegres, dulces, enredado a los vientos finos de entre las parras, bordadoras de la tierra. ¡Ay, tu risa y tu voz, la parra más frágil en el viento! La viña te vistió con la alega de su horizonte verde, tembloroso de alcoholes y mieles azulinas de uvas y cielos claros.
Y ya por fin, el mar, el mar de mares que te complementó y te hizo sombra y sueño con la ausencia, el mar de verdad, el mar salobre de los espejos locos y los blancos guiños al espacio, que te hizo escultura de agua. Qué pobre la sangre de la va, y la forma escueta del mar de tierra junto a este mar de agua y hondura, vivo, febril, gozoso de su gozo, lleno siempre de la luminosidad de su desnudez. Como te complementó -risa, fuga, caricia, muerte, sal- Meri, al lIevarte adentro, sobre su castillo de humo y cien ventanas, lejos, a los mares que él crea de lejaas y horizontes, haciéndote sueño, sombra, y hoy, por fin ya en el cine del re­cuerdo, semidesnuda, retrato vago, difícil, de tinta y mar.



CIUDAD: ESTÍO
Cine de Dios, la tarde, dilatada
pantalla universal de aire en relieve
ilumina con oros casi densos
las horas que se rinden al poniente.

Rayos horizontales, paralelos,
encienden las fachadas en reposo
y va la prisa envuelta en la ceguera
de un remolino aspado en sombra y oro.

Sobre la calma la ciudad irradia
su latir presuroso de metales
y el sol abre sus venas de colores
en los largos espejos de las calles.

-No podrá la gran urna de la noche
cegar estos jardines de reflejos
que flores de cristal, platino en ascuas,
fingirán en la noche su destello-.

Sobre la frente la ciudad repica.
y van mujeres, sin perfil, disueltas
en la áurea tarde que relumbra viva
sobre la sierpe humana de la acera.

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